Silencio.

Tarde baja, en una habitación cualquiera, de cualquier ciudad del mundo. Ropa amontonada en un silla que ha perdido su función innata, ropa, papeles y restos de comida tirados por el suelo. Un póster de Hendrix a punto de caer de la pared debido a la poca resistencia de un celofán viejo y amarillento. Una navaja desenfundada reposa sobre la mesa de noche, al lado de un cenicero repleto de colillas que han dejado de humear hace varias horas.

Sobre la cama, yo, desnudo, y también sin ropa, por encima de la colcha. Un horroroso dolor de cabeza me trastorna y se extiende por todo mi cuerpo. Lo único que recuerdo de la noche anterior es haber salido de casa con Olly y Cyril, y haberme tomado unas pastillas de alguna variante del éxtasis mezcladas con mucho alcohol, seguramente demasiado.

Abro los ojos, me duele todavía más la cabeza. Está anocheciendo de nuevo, pero no hay ánimo para una nueva noche de juerga, ni dinero. Al intentar levantarme de cama me fallan las rodillas y me desplomo en el suelo de manera ridícula. Siento la presencia de otra persona en la habitación. Los efectos de la droga ya no existen, sólo queda el pesimismo más absoluto, y que haya alguien más en mi casa es una preocupación menor. De todos modos, me arrastro hasta el otro lado de la cama.

Resulta que es una mujer, está desnuda, inconsciente, con la cara magullada y llena de sangre. Le tomo el pulso para comprobar que efectivamente aún está viva. Sigo sin recordar claramente nada de lo sucedido anoche, en estos momentos no me importa quién es esa chica. Para olvidarme definitivamente de todo lo que me rodea, no tomo otra decisión más absurda que la de meterme un pico. ‘Todavía queda algo de la semana pasada’, pienso.

Me despierto, no sé cuantas horas han pasado, pero los primeros rayos de sol de lo que parece la mañana siguiente entran a través de la persiana. Sigo tirado en el suelo. Cansado de cuerpo, pero todavía más de mente, aunque el dolor de cabeza ha remitido casi por completo. Son estos momentos en los que pienso que tengo que dejar esta vida de mierda, llena de locura, sustancias y altibajos. En este momento, todo está en silencio, como si nada existiese, ni siquiera yo mismo.

Levanto la vista y me doy cuenta de que falta la chica que estaba antes, ha debido de marcharse. No me importa. Recojo un poco la habitación, platos sucios, ropa interior, un condón usado, libros tirados por el suelo… Me encuentro mejor. Como unas alitas de pollo que sobraron de la cena de ayer, mejor dicho anteayer. Me pongo a pensar en el pasado y a recordar los viejos tiempos. El nombre que me viene a la mente de sopetón es Jesse, un viejo compañero de juergas que hace tiempo que no veo. La última vez que hablé con él estaba muy preocupado por una hermana pequeña, que al parecer estaba metida en problemas con las drogas, y desde aquella no supe nada más de él. Era un gran tipo, y me ayudaba muchísimo con mis problemas. Al mudarme a otro barrio comenzamos a perder el contacto, pero todavía conservo su número de teléfono. Voy a llamarlo.

Jesse contesta antes del segundo tono. Le pregunto como le va, si le apetece quedar para unas cervezas. Él me contesta con que es una casualidad que lo llame porque él también quiere hablar conmigo, que me está buscando para hablar sobre un asunto muy importante. Cuelga sin darme más explicaciones. Dejo el teléfono, me lío un porro y abro una cerveza. Ahora que lo pienso, no le he dado mi nueva dirección. Llaman a la puerta. Abro. Es él.

Silencio.

La Noche del Milenarismo

Una noche, como otra cualquiera, concretamente un Viernes, 6 de octubre de 1989 a las 00 horas, 35 minutos, hora peninsular española, un servidor ni había nacido. Uno de los debates mas grandes de la historia de la televisión en España, especialmente conocido por un Fernando Arrabal como voz y estandarte de la minoría silenciosa, y por que no, también ebria. Se discutió sobre el milenarismo, y se abrieron temas como la perdida de valores de la sociedad contemporánea, la posición del hombre dentro del sistema e incluso su capacidad de destrucción del medio ambiente.

La calidad de los vídeos no es todo lo buena que debería, pero es lo mejor que he encontrado. En fin, aquí teneis el programa completo, presentado por un joven Sánchez Dragó, por cierto, bastante mas remilgado que en la actualidad.

Vale la pena verlo.

 

 

 

 

 

El creador soy yo.

Un hombre con muy mala suerte que a lo largo de su vida ha vivido las más dolorosas desgracias. Las ha intentado superar siempre, con un par de huevos, tiene una mente fría y mucha personalidad. Su cabeza es fuerte, pero su corazón está resquebrajado, normal. Es como si alguna bruja le hubiese echado el mal de ojo el día en que nació.

Las penurias que ha vivido este individuo no son objeto de este relato, son tan jodidamente tristes que no vale la pena contarlas, pero ha sobrevivido a todo. No obstante, a pesar de esa fuerte personalidad, no ha podido evitar refugiarse en el alcohol. El poco dinero que percibe de su ayuda social lo malgasta cada noche en las diferentes tabernas de la ciudad.

Y es en este contexto donde nos encontramos al protagonista de nuestra historia, ahogando sus penas en un whisky, el último de la noche antes de volver a su desordenado apartamento. El dueño del local le avisa que va a cerrar, y nuestro hombre paga y se va. Está ebrio.

Todavía es de noche, pero se divisan los primeros rayos de sol entre las colinas al este de la ciudad. Las calles todavía están vacías, pero no falta mucho para que la ciudad recobre su cotidiano bullicio diario. Caminando reflexiona sobre su vida, su mierda de vida, su desgracia. Se saca el último cigarrillo que le quedaba en la cajetilla para fumárselo, no tiene mechero, recuerda que se lo ha dejado en la barra del bar, y ahora está cerrado.

Ahora mismo se encuentra en una plaza pequeña y poco transitada incluso de día. No obstante hay un hombre sentado en un banco que está fumando pipa. Es un hombre misterioso, lleva una boina a cuadros, unas gafas oscuras, un maletín de piel. Nuestro protagonista se acerca para pedir fuego.

-Disculpe…

-Aquí tienes – dice el misterioso hombre ofreciéndole una caja de cerillas.

-Gracias… – Enciende el cigarro, fuma.

-No hay de que, siéntese por favor.

Nuestro protagonista, un poco sorprendido, se sienta junto al hombre extraño de la boina. Se levanta un poco de viento, y allí se encuentran ambos, a la luz del alba, fumando en silencio. Nuestro desgraciado lo rompe con una pregunta.

-¿Y usted a que se dedica?

-Pues soy escritor.

-¿De verdad? Que interesante, ¿Sobre que escribe?

-Sobre personas, ¿usted?

-Yo no tengo trabajo, la verdad es que lo he perdido todo, hasta la dignidad, pero no me gusta hablar de mi.

-Sí que es usted un desgraciado.

-¿Disculpe? ¿A que viene eso?

Al extraño le cambia el semblante –Viene a que es usted el personaje más desgraciado de los que he creado, y sin embargo sigue teniendo las ganas suficiente para seguir viviendo, o la suficiente desgana para no acabar suicidándose.

Nuestro hombre no da crédito, y se da cuenta de que en lo que parece ser un libro de notas que el misterioso hombre tiene sobre las rodillas sale escrito su propio nombre. –¿Quien cojones es usted? ¿Que quiere de mi?

Quiero acabar mi libro, y tu empeño en amar la vida por encima de todo sufrimiento no me deja terminarlo. No puedo escribir que te mueras, pero sí sobre los hechos que te puedan hacer sentir desgraciado. Soy tu creador, y todo lo que se crea se destruye. Lo que más deseo ahora es que desaparezcas, llevo demasiado tiempo perdido contigo.

Efectivamente lector, yo soy el creador, y ese hombre al que algunos habréis cogido cariño, odio o simple indiferencia es mi obra. […] Sin embargo, aunque parecía que lo tenía todo perdido, ¡la jugarreta que me ha hecho es digna de mención! ¡me engañó, me siento mierda! Hasta aquí escribo. Voy a cortarme las venas, un placer.

———-

A lo que el hombre contesta, –Un hombre normal como otro cualquiera se habría sorprendido por esto, no obstante dado lo poco afortunada que es mi vida tengo la sensación de que todo lo que me dice es cierto. Es usted un tarado mental que se aburre, y me ha creado para su propio regocijo, por su propio egoísmo, y me ha hecho sufrir mucho. ¿Pero sabe lo que le digo? No se va a salir con la suya.

-¿Y que va a hacer?

-Contarte toda la verdad.

-¿La verdad sobre que?

-La verdad sobre ti, la verdad sobre mi historieta.

-¿Disculpe? ¿De que me habla? No me haga reír.

-Hablo de la breve historia que estoy escribiendo hoy, una que trata sobre un borracho desgraciado que en su mundo de incontinencia psíquica, está escribiendo un relato sobre si mismo, sobre su vida desgraciada, pero él no lo sabe hasta el final del mismo. Lo gracioso de todo esto, es que el personaje que has creído desarrollar, ese borracho desafortunado, no lo es en realidad, soy yo mismo. Eres un mero producto de mi imaginación.

El hombre, que tanto respeto imponía al principio, cambia el rostro, se vuelve pálido, y se enrojece. -¡No puede ser, hijo de la gran puta, me has estado engañando!

-Yo sólo escribo, el que se ha estado engañando a si mismo eres tu. Por cierto, devuélveme la boina y las gafas, te puedes quedar con la ropa. Adiós.

Ese hombre al principio tan místico y frío sucumbió a mis artimañas, fue divertido. Fijaos en lo último que escribió, «Voy a cortarme las venas, un placer.» Juro que no tengo nada que ver con eso. ¿Que interés tendría yo en matarlo? Sería mucho más divertido verlo vagando, desnudo de alma por el mundo, porque yo escribo para jugar con las palabras y con las personas. Su decisión ha sido libre. El problema ahora es tener que limpiar toda la sangre y retirar el cadáver que hay en mi baño, que se le va a hacer, forma parte del juego.

Fin.

El azote de Dios.

Un cura con mala hostia, no esta enfadado, es un hombre alegre, pedófilo pero alegre y dicharachero. Las obleas estan revenidas, eso pasa.

Entra gente en la iglesia con ganas de recibir una hostia, es decir, una oblea. Pero hay uno que quiere no una hostia, sino una paliza.

Llega el momento de repartir hostias y se encuentran el cura y el hombre, que no es masoquista, solo quiere recibir un buen azote de Dios.

El cura no quiere pegarle, se niega. El hombre se queda de pie hasta el final de la misa, esperando su hostia. El sacerdote se ruboriza.

Acaba la misa, el hombre sigue allí queriendo recibir su hostia. El cura, intranquilo, le dice que se vaya. El hombre está sosegado.

El sacerdote entra en una habitación anexa para cambiarse y el hombre lo sigue. Quiere su hostia. Sólo quedan ellos dos en la iglesia.

Y ahora el relato da un giro y se marcha. Es broma, el cura en realidad es un un depravado sexual. Saca un revólver de un cajón y ríe.

El hombre quiere su hostia, pero lo que va a recibir va a ser un disparo en cada pierna. No ha contado con la astucia del depravado párroco.

Lo pone a cuatro patas y podeis imaginar que pasa. Lo viola sí, violación en una iglesia. El hombre sangrando y siendo violado por el ano.

El cura se corre dentro.

El hombre está enfadado, no por los disparos o la violación. No ha recibido su ansiada hostia, quiere un azote, o al menos un mero bofetón.

El cura se va. El hombre se queda dentro, quiere recibir su hostia. Mientras tanto se come unas obleas, no están bendecidas. Se hace noche.

El cura vuelve, y en su divina misericordia promete darle una hostia. El hombre se lo agradece. El cura lo arrastra hasta el jardín trasero.

Es casi medianoche y la zanja ya está cavada. El hombre recibe su hostia, es feliz, ahora toca descansar en paz. Ha sido un día muy duro.

Fin.

Corrosión irreductible.

‘No soy yo, es la sociedad que me corrompe’ Esta expresión se utiliza comunmente cuando obramos de una manera poco ética y atribuimos la culpa a la propia comunidad. Esto recuerda se asemeja a lo que Jean Jacques Rousseau dijo en su obra, El Contrato Social, ‘El hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe.’ En oposición a este pensamiento, nos encontramos con Thomas Hobbes, que en su obra, el Leviatán afirma que ‘el hombre es un lobo para el hombre’.  Tenemos además un antecedente renacentista,  Nicolás Maquiavelo destacando su obra, El príncipe, que se podría resumir en la oración ‘El fin justifica los medios’, (Libro no muy extenso y fácil de leer que recomiendo).

Por lo tanto, dos posiciones respecto a la bondad del ser humano. Por un lado Rousseau afirma que es bueno por naturaleza,  por otro Hobbes y Maquiavelo, que afirman que el ser humano es malo y nosotros en el medio.

Partamos de una premisa, el ser humano en sociedad no es precisamente un angelito. Buscamos siempre estar por encima de los demás, expresa o tácitamente, en mayor o menor grado, pero en situaciones críticas la generosidad suele brillar por su ausencia. Por otro lado, no podemos negar que la bondad, generosidad y amabilidad existe. Pero cuando actuamos de manera ética, cuando por ejemplo ayudamos a alguien a hacer algo, ¿lo hacemos por él/ella o por nosotros mismos? Existe la teoría del Egoísmo positivo o psicológico que afirma que la conducta humana, buena o mala, está impulsada por el interés personal. Lanzo esta pregunta al aire y en un sentido radicalista. ¿Cuando ayudas a un anciano a cruzar la calle o le cedes el asiento en el autobús/metro (cada vez menos usual) lo haces por él o para sentirte bien contigo mismo? ¿O por él para sentirte bien contigo mismo?

Una cosa que deja bien claro el devenir histórico es que el ser humano actúa en el 90% de las veces por propio interés y que poner a alguien por encima de ti en alguna situación o incluso a la misma altura, no es una prioridad que digamos. Siglos de esclavitud, intolerancia, guerras, mentiras, etc… lo avalan. Un ejemplo claro y actual, y que además nos concierne, es el importante fraude fiscal que existe. Se evaden impuestos porque todo el mundo lo hace, empezando, por supuesto, por los grandes empresarios, que son vistos como ejemplo ético y social para mucha gente en este país.

Entonces, las personas actúan de cierto modo adecuándose a la sociedad, ¿Al actuar mal podemos así justificar nuestro comportamiento? Formamos parte y componemos la propia sociedad en la que vivimos (Y cuando digo nosotros no me refiero a un pobre que tiene que robar para comer). Por otro lado, alguien dijo una vez que la revolución comienza en uno mismo. Lo que podemos hacer es aplicar esta expresión al caso que nos ocupa y tener constancia de la significatividad de nuestros actos, sea actuando bien o mal, pero tener conciencia de ellos, y dejar de justificarse en abstracciones para sentirte mejor contigo mismo escondiendo la verdad.

Saludos.

Iván.

¡Hay que follarse a las mentes!

«- Hache: ¿Sos activo o pasivo?

– Dante: Esas cosas a ti no te importan. No seas indiscreto.

– Hache: Desde chico, desde que más o menos supe que eras gay o algo así siempre quise saberlo. Pero si te importa, no me lo digas.

– Dante: Cuando un hombre se mete en la cama con otro hombre para hacer el amor es igual que con una mujer: haces todo lo que te da placer: haces… y dejas hacer.

– Hache: ¿Te gustan más los hombres que las mujeres?

– Dante: ¿En general dices? No. De qué sexo sean en realidad me da igual, es lo que menos me importa. Me puede gustar un hombre tanto como una mujer. El placer no está en follar. Es igual que con las drogas. A mí no me atrae un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda; bueno…, no es que no me atraigan, claro que me atraen, ¡me encantan! Pero no me seducen, me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. La mente, Hache, yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes.»

Sin duda, una de las mejores escenas de la película de Adolfo Aristarain, Martín (Hache), con dos protagonistas de lujo. Por un lado Hache (Juan Diego Botto), un joven que ni estudia ni trabaja y está buscando su propio destino, y por otro Dante (Eusebio Poncela), que es el auténtico filósofo del film, comentando su modo de ver la vida desde una perspectiva empírica y sin tapujos. Os dejo la escena aquí para que le echeis un vistazo, y por supuesto, os recomiendo la película.

La última reflexión que hace Dante en esta escena, es un canto a la belleza interior y al amor propio. Una distinción entre atracción, término que Dante pretende relacionar con lo físico, y seducción, relacionado en este caso con lo psíquico, con la mente. Estos dos términos van entrelazados.

En argot cinematográfico, podríamos decir que de los creadores de ‘La belleza está en el interior’ llega a nuestras pantallas ‘Hay que follarse a las mentes’, que es como una fusión entre los físico y lo psíquico. Una persona atractiva, pero con un bajo nivel cultural puede gustarte, pero al final te acabarás aburriendo de ella. Por otro lado, hay unos cánones físicos, que dependen de la genética, que hacen que seamos más o menos atractivos físicamente. Es algo que no depende de nosotros mismos, pero que influye a la hora de escoger a alguien.

Lo que pretende decir Dante, es que busquemos un equilibrio entre las dos partes, centrándonos sobre todo en la inteligencia que mueve ese cuerpo. Nos pide que no seamos tan superficiales, y que busquemos en el interior de la otra persona, que nos adentremos en ella en todos los sentidos posibles, porque conociendo a otra persona, te conoces a ti mismo.

Un abrazo.

Iván.